Si sólo el conocimiento, si sólo la seguridad en si mismo y en las propias convicciones, si sólo el constante enriquecimiento nacido de una sensibilidad despierta y creativa hacen verdaderamente libre, no cabe duda de que la primera consecuencia de ello es que las modernas sociedades regidas por las democracias no son sino inmensos hacinamientos de esclavos.
La esclavitud al interés del dinero, a la banca, a la constante necesidad de consumir, a la exigencia de producir cada vez más; la esclavitud a la demagogia impuesta por los partidos, a los grupos de presión y a los politicos interesados tan solo en conservar sus puestos tan bien remunerados.
La esclavitud a la falta de una razón elevada por la que vivir y luchar, por la que sentirse miembro de una comunidad viva.
A la ausencia de sensibilidad y artistas geniales; la esclavitud a una cultura de mediocridades que siente pavor ante el valor de una personalidad destacada; la esclavitud a una critica negativa y destructiva constante que no preludia afán contributivo alguno; a la comercialización de los instintos más animales del hombre sin que ningún organismo pueda ponerse en contra, esa esclavitud tremenda y absoluta es la esclavitud, verdadera y real, peor que la que necesita de grilletes y cadenas, del "hombre libre" que las democracias, ya progresistas, ya derechistas, pregonan con sus huecas palabras.
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